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7 Cosas que mi Alumna de Computación debería Aprender.

Como este blog es tan popular como un zorrino en la fiesta anual de Vogue, tengo un empleo extremadamente regular para, al menos, poder viajar todos los días de la Universidad a mi casa. Ya saben, porque nadie importante lee «En las Malas y en las Buenas», nadie quiere entrevistarme, y ni siquiera me mencionan en los sitios web que roban descaradamente las entradas del blog. Es así como hace más de un mes que le enseño computación (o informática, como rayos quieran llamarle) a una señora relativamente mayor, digamos, 60 años. Ésta, por más que es docente y se mantiene sola, tiene un problema serio con la tecnología. Bajo esta excusa, hace lo que se le plazca, en especial porque no puedo lanzarle el monitor por la cabeza ya que la Policía no creería que tenía motivos para hacerlo. Tal como hice con mi otro empleo, dejo a continuación un par de reglas que ella rompe cada día, sólo para advertirles si quieren enseñar computación como yo o para que les sirva de escarmiento si son como mi alumna. Todo esto presentado por el único e inigualable Dr. Malas… ya que tenía ganas de aparecer, el muy insoportable.

  • No es recomendable comprar cosas usadas: Díganme, ustedes van a la pizzería y piden una pizza que les haya quedado del mes pasado? Utilizan 70 veces seguidas la misma servilleta, o vaso sin lavar? O mejor, adoptan el cepillo de dientes que les dejó su hermano mayor? Posiblemente no, así que nadie mejor que ustedes para explicarme por qué alguien querría comprar una PC usada. Mi alumna hizo eso, se la compró a un joven del barrio por un módico precio similar al de cualquier casa grande de electrodomésticos y, además, también compró una impresora de las extremadamente antiguas a su amiga (aviso importante: si te vende chatarra, posiblemente no es tu amiga). Cuando yo le di clase por primera vez a la mujer, el mouse hacía literalmente 8 clicks por cada uno que tú le dabas, la memoria de 4GB tenía sólo 500MB libres y, como si fuera poco, tenía fotos típicas de un preadolescente de género masculino (Me entienden, verdad? Porno, estoy diciendo). Mi alumna, horrorizada, primero cambió el mouse (no tuvo tanto problema con la cantidad increíble de senos) y un día, de la nada, le pidió al niño que se la formateara enteramente sin siquiera consultarme. Ah, pero él se la dejó en un excelente estado: Avast, Google Chrome, Windows XP… en una PC de 4GB de memoria, 500MB de RAM, sin Reproductor de Flash y que aún tiene lectora de diskette. Además, se le gastó la tinta y no consigue lugar que recargue cartuchos de la Prehistoria.

  • La paranoia y la tecnología no se llevan: Atenti, la «gente de la casa de computación» le vendió un pen drive para hacer backup, backup de vaya a saber qué porque todos sus archivos se los manda por mail a ella misma. El primer día le pasé TODO lo que había (senos incluidos) y creí que iba a ser el fin de ese capítulo, en especial porque tuve que desconectar el mouse para poder usar ese puerto USB, y milagro que el Windows 98 me reconoció el pen drive. Pos no, luego del Formateo del Siglo quiso volver a hacer un backup del backup que le había hecho el niño antes de borrarle absolutamente todo. Con cuidado revisamos cada archivo, descubriendo muchas fotos familiares en una carpeta. Cuando estoy por pasárselas, mi alumna me dice que eso no, porque a veces le da el pen drive a un bedel en el colegio que enseña y que no quiere que éste tenga las fotos de sus seres queridos. Alguien vio «One Hour Photo» muchas veces, me parece. Por el mismo motivo mi alumna no quiere tener Facebook, porque tiene miedo de que «alguien acceda a su vida privada». Ah, mejor la privacidad de su computadora, porque no se le meten virus controlados remotamente ni nada. Y, además, nadie de su vida privada tiene Facebook, no señor! De todos modos, en el pen drive todavía está el backup viejo que tiene los archivos del niño, así que si el bedel investiga, tendrá diversión para rato.

  • La computadora no muerde: Un día, su computadora se tildó. Así de sencillo. Lo primero que hizo fue llamarme al menos 20 veces al móvil, dejando 10 mensajes de voz diciendo que «no me quiere, dejó de andar». Primero que todo, si la computadora deja de andar, es porque uno no la quiere lo suficiente como para hacerle mantenimiento. Segundo, lo mejor sería explicar exactamente qué le ocurrió porque, si no notaron, el diagnóstico «dejó de andar» es bastante vago. En ninguno de los 10 mensajes de voz decía si se le había apagado el monitor, si había estallado la CPU, si se le había metido un virus o si el pen drive finalmente había decidido contactar a las autoridades a causa del contenido de tal. Cuando consigo comunicarme con ella, me dice que «ya lo había solucionado», que había llamado a una amiga (la que le vendió la Impresora Victoriana) y que ésta le dijo que sólo tenía que apretar un botón. Poof, magia, la computadora volvió a andar. Había apretado el botón de reiniciar, botón que hoy en día no sabe en dónde está porque «en el caos» se olvidó. Ahora tiene miedo de meter mano en las opciones del Google Chrome, porque tiene pánico de «volver a romperla o que pase algo malo». Sí, una vez yo apreté los Marcadores y accidentalmente derribé un edificio en Honolulu.